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miércoles, 18 de junio de 2014

PEQUEÑO SOL QUE JUEGA AL ESCONDITE




Tres nubes apretaditas, convergentes dos y otra acostada bajo ellas, un poquito de sol asomando el hociquito entre las dos convergentes, jugando con ellas al escondite dicen los niños. U, u, u, u, dice el pequeño sol que apenas asoma. Lo dice quedo y con temor, como queriendo concitar fantasmas, deseoso de convertirse en ocaso y desaparecer, o en grulla rosada y desaparecer, o en fantasma burlón que burla las nubes y va corriendo a merendar con los niños de la sierra Norte. Mirando al Norte, eso es importante, sin perder el calor, el preciado rescoldo, incubando y manteniendo la llama entre las manitas cerradas, rojizas, a la caza siempre del juego o la promesa
Pero mira que no es "u" lo que dice el sol, recapacitamos, comentamos, reflexionamos. U diría un sol fantasma, uno de esos que juega a asustar las nubes y a veces hasta sopla y sopla hasta deshacerlas. Este nuestro sol de hoy juega al escondite, bienintencionado y conciliador, es un sol que mira lúcido y sabio hacia las vacaciones, hacia las playas amables del litoral de Cádiz, hacia los refrescos de vino tinto con gaseosa y con grandes cubos de hielo. A eso mi padre llama "tinto de verano" dice uno de mis niños, el que ríe y ríe con risa contagiosa
Borramos por tanto esa fila de atemorizadas us que salen de la boquita sonriente del sol y se deslizan ululantes sobre las barrigas blanditas de las nubes. Le toca subir al estrado a la o, y oh maravilla, en un santiamén, en menos de lo que se tarda en pronunciarlas tenemos ahí arriba, brotando del cerebro soleado y risueño del astro emergente una serie completa de os, o, o, o, o y diecisiete veces o. Esta es la genuina forma en que el solito semioculto jugaba al escondite con las nubes. Doy fe


martes, 10 de junio de 2014

APRENDIENDO LA VIDA EN EL RECREO



Rafa acude a nosotros llorando y nos muestra su dedo índice, del que mana un poquito de sangre. Ha sufrido un roce con la pared cuando corría pegado a ella. La seño se lo lleva para curarlo y él vuelve muy contento, me enseña exultante la tirita que le han puesto y después corre a enseñarla a otros niños. Se le ve feliz. Me asombra esta capacidad de los niños para transformar pequeñas desgracias en motivos de júbilo.
Amontonan ruedas en la zona de sombra y se lanzan sobre ellas. Trepan, reptan, escalan, saltan, hacen equilibrios y extrañas piruetas. Y al final se caen y se quejan y a veces lloran, pero enseguida vuelven a la carga con renovadas energías. Tentado estoy de decirles que abandonen ese juego que tanto les excita y gusta y que entraña un cierto riesgo de caídas, pero entiendo que les resulta necesario, que el juego también les proporciona una muy necesaria preparación para la vida: probar, arriesgarse, intentarlo, medir las propias posibilidades, caer y volver a intentarlo.